El estrés es una parte normal de la vida. De hecho, algo de estrés es incluso bueno: por ejemplo, el estrés por un proyecto de trabajo puede motivarle a trabajar más; el estrés físico en forma de ejercicio le ayuda a mantenerse sano; y el estrés anticipatorio por un gran hito (como comprar una casa o tener un bebé) puede ayudarle a centrarse en lo que tiene que hacer.
Sin embargo, todos estos son ejemplos de estrés a corto plazo. El estrés prolongado o extremo es otra historia. La exposición a un estrés crónico o intenso -como el causado por un trabajo sometido a mucha presión, un incidente traumático, problemas económicos, problemas de pareja o familiares, etc.- puede ser perjudicial, tanto física como mentalmente.
Los efectos del estrés en la salud mental
Si no se gestiona adecuadamente, el estrés puede provocar o agravar otros trastornos mentales más graves. A continuación se ofrecen algunos ejemplos de cómo la salud mental y el estrés se influyen mutuamente:
Mayor vulnerabilidad a la depresión y la ansiedad. Desde un punto de vista biológico, se sabe que el estrés provoca una serie de cambios neurológicos que pueden hacerte más vulnerable a la depresión. Desde un punto de vista emocional, el estrés puede provocar sentimientos de tristeza y preocupación, o puede hacer que te obsesiones con pensamientos negativos o resultados previstos. Éstas, a su vez, pueden convertirse en ansiedad o empeorar la ansiedad o la depresión preexistentes.
Trastorno de estrés postraumático (TEPT). El estrés grave, como el causado por un suceso traumático o por malos tratos, puede provocar TEPT.
Mayor riesgo de abuso de sustancias u otros comportamientos poco saludables. Muchas personas que sufren estrés a largo plazo recurren al alcohol, las drogas, la comida u otros comportamientos destructivos para intentar adormecer o mitigar sus sentimientos. Como resultado, estas personas pueden ser más propensas a desarrollar una adicción que, en última instancia, sólo agrava su estrés.
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